Margarita María López de Maturana fue una mujer cercana a toda la humanidad y a las personas que la conocieron.
Dios le regalo un corazón universal y un talante natural, amable y cautivador. La dotó de grandes valores: inteligencia e intuición, sinceridad, amabilidad, valentía y fuerza de voluntad que ella cultivó toda su vida con una fidelidad constante y admirable. El Señor la había elegido para realizar una gran aventura por y con Él, que culminó en la transformación un convento mercedario de clausura papal, ubicado en un pequeño pueblo, en el Instituto de Mercedarias Misioneras de Bérriz, presente hoy en los cinco continentes y, que acogiendo su herencia, vive de su espíritu.
El 25 de julio de 1884 nacen en el Casco Viejo de Bilbao (Bizkaia) dos gemelas, Pilar (Margarita) y Leonor, quienes mantuvieron durante toda su vida una íntima relación y comunicación. “Leonor y yo éramos como dos cuerpos en una sola alma”; escribiría después ella misma. Fue creciendo en la fe de mano de su propia familia.
Su madre, intentando alejarla de una amistad prematura con un joven marino, decidió llevarla interna al Colegio que tenían unas monjas Mercedarias en Bérriz, un pueblecito de Bizkaia.
El Monasterio de Bérriz era entonces un convento de clausura papal, en un pintoresco rincón alejado del mundo, agazapado entre montes del Duranguesado, rodeado de una naturaleza bellísima y de un hondo silencio; un silencio que habla a quien sabe escuchar.
Allí llegó Pilar, triste y malhumorada, un frió día de enero. Pero, con entereza venció su dificultad y se abrió a la amistad con compañeras y profesoras religiosas.
En sus primeros Ejercicios Espirituales, siendo aún alumna del Colegio, Pilar siente la llamada del Señor para seguirle. Decidida y generosa, desea seguir su “vocación”, pero de nuevo su madre pone freno a su deseo y pide a Pilar que vuelva a casa y espere dos años para confirmar su vocación.
En este tiempo, Leonor y Pilar van madurando en su vocación de ser religiosas, y toman la determinación de separarse para siempre. Dada su gran unión y el amor que se tenían, constituía la mayor ofrenda que podían hacer al Señor.
Así, en 1903, ambas emprenden la vida religiosa. Pilar ingresó en el Monasterio de Bérriz el mismo día que cumplía 19 años, edad que le exigió su madre. Días antes, su hermana Leonor también ingresaba en el noviciado de las Carmelitas de la Caridad en Vitoria
Ese mismo año, Pilar toma el hábito de novicia del Monasterio y cambia su nombre por el de Margarita María. Un año después pronuncia sus votos y comienza a trabajar en el Colegio-Internado como profesora.
Como mujer de gran corazón siente un verdadero afecto a sus alumnas, y a ellas dedica su tiempo y sus energías, con una profunda vocación educadora que le hacía sentirse “en su centro”. Y sus alumnas van a ser las primeras en compartir los anhelos apostólicos que Dios va despertando en su vida.
Antes de seguir las rutas de Margarita como “peregrina de la “Buena noticia, del Evangelio de Jesús” en el mundo, vamos a asomarnos a su hermoso “peregrinaje interior” como monja contemplativa
Margarita recorrió ese camino, misterioso y admirable a la intimidad con Dios y a nuevos horizontes en su entrega. La amistad con su Dios fue la fuente de su felicidad, una honda y contagiosa felicidad que ella comunicaba con naturalidad a todos los que la trataban, primero en sus alumnas, y más tarde en sus hermanas religiosas.
Siempre compartía: EL TESORO DE SU VIDA EN DIOS. Margarita fue mujer de relación fácil, cercana y sincera. Afectuosa y comunicativa, supo cultivar su relación con Dios y su vida de oración como centro privilegiado desde donde todo lo demás se va llenando de sentido.
Esa intimidad cultivada, a veces con largas etapas de oscuridad, pero siempre con Amor confiado, fue el manantial del conocimiento de Cristo, que la fue transformando en Él, identificándola muy en concreto con el Misterio de su Redención.
Las llamadas constantes de Dios siempre la encontraron vigilante y dispuesta a dar un SI generoso, como María de Nazaret. Un SI humilde confiado y valiente que le fue llevando por caminos inesperados.
LLAMADA A VIVIR EL AMOR, Margarita siempre había vibrado con el dinamismo evangélico redentor de la Orden de la Merced, la liberación de los cautivos que se hallaban en riesgo de perder la fe. Esta entrega a la liberación la sellaban los Mercedarios y Mercedarias con la promesa de un 4º Voto: “dar la vida si necesario fuere por ellos”. El voto de dar la vida hasta el fin.
Llevada por este espíritu Margarita sintió muy pronto una vocación muy clara a vivir en el amor. Y así escribe: “Una se siente pequeña, anonadada para amar por tantos que no aman al Amor.…”
Estas hondas experiencias y anhelos de vivir el amor, la llevaron a una vida de entrega a los demás. Margarita fue una mujer exquisita en la caridad. Fue un rasgo más que asumió de Cristo.
LLAMADA A LA REDENCIÓN-MISIÓN. En la contemplación de Cristo Redentor, Margarita quedó impactada de tal modo por Jesucristo Crucificado, por el misterio de su amor hasta dar la vida, que no deseaba más que vivir para identificarse con Él, para agradecer la Redención, para “llevar la imagen de Jesús, oscurecida en la Cruz”, y grito del amor de Dios a la humanidad, “hasta los confines del mundo”
Ahí nació, como ella misma lo proclama: el “anhelo irresistible de hacernos misioneras” para que “Cristo sea más conocido y amado”.
Su amor a Jesucristo le llevó a la “misión” de darlo a conocer hasta los “confines del mundo”. En Margarita se expresaron las palabras anunciadas por el profeta Isaías: “algo nuevo está naciendo” ¡Cuánto heroísmo y entrega por amor! En el Monasterio de Bérriz está naciendo una vida nueva
SU RESPUESTA EN FIDELIDAD. La vida de Margarita fue un camino de fidelidad generosa a las llamadas de Dios. En un momento nos dice: “Hay momentos en la vida de trascendencia importantísima y es cuando Dios nos señala un camino a seguir y luego deja a nuestra voluntad la correspondencia”.
Y ese camino se fue jalonando -como sucede siempre en la vida de las personas- de hechos a primera vista intranscendentes, en los que el Dios de la Historia, provoca, habla, sugiere y bendice pasos nuevos, proyectos de nuevas rutas en la entrega….
Alguno de esos hechos fueron las visitas de varios misioneros al Monasterio y al Colegio. Deseaban dar a conocer su misión y pedirles ayuda y oraciones. Así fueron creciendo los contactos con misioneros comprometidos con el renaciente entusiasmo misionero de la Iglesia de aquel tiempo.
Mujer generosa y comunicativa, Margarita siempre compartió con todas las personas que la rodeaban las luces y los dones de Dios, la “obra” que el Señor iba haciendo en ella.
Alumnas y monjas, contagiadas por el entusiasmo de Margarita, comienzan a comunicarse con los misioneros y a ayudarlos desde la “retaguardia”. Estos pasos, bien pronto, van a cuajar en otros más definitivos. Está naciendo la nueva vocación del Monasterio en la Iglesia, alentada por Margarita.
El fuego vivo del espíritu misionero llenó pronto la casa entera, colegio y convento. El campo estaba abonado y nació la voluntad de ser misioneras, de transformar el Monasterio de Bérriz en un Instituto Misionero.
Los motivos eran profundos, se palpaba la “llamada” de Dios. Esto hizo posible la confianza y colaboración de todas, y de un modo especial, de la responsable del Monasterio en aquellos momentos: la M. Nieves Urizar que secundó de forma admirable las iniciativas de Margarita
No era fácil, en aquellos tiempos el paso de una comunidad de mujeres consagradas de clausura papal a la vida misionera; pero Margarita y sus hermanas, no estaban dispuestas a dejarse encerrar en los moldes en los que hasta entonces habían servido al Señor; era Él mismo quien las conducía.
Los prudentes de este mundo las criticaban por su audacia. Margarita y todo el convento sentían la fuerza de Dios y un entusiasmo creciente. Era el momento de compartir al Dios que habían “contemplado” durante años.
El impulso misionero de Bérriz no fue algo improvisado. Fue una semilla enterrada hacía siglos en la vida contemplativa del convento, que fecundada con la brasa del amor propio del 4º voto mercedario: hasta dar la vida, llevó a alumbrar los nuevos horizontes de una vida de entrega misionera.
A la luz de Cristo, Margarita descubrió las nuevas cautividades de su tiempo. Los que no conocen a Jesús, ni han oído su Evangelio son los nuevos esclavos a quienes tiene que llegar el amor liberador de Dios.
Y pronto comenzaron a dar los “pasos” necesarios: con los Superiores de la Orden de la Merced, con la Curia Romana, con los misioneros…
Una confianza inquebrantable en Dios, una voluntad firme y una gran audacia ante lo desconocido, constituyen las herramientas y el apoyo para ir desbrozando el camino misionero y superar las múltiples dificultades que van surgiendo. Así pueden dejar la tranquila y sosegada paz del Monasterio.
El 19 de septiembre de 1926 sale la primera expedición de Misioneras de Bérriz hacia la misión de Wuhu (China). Se había iniciado el “éxodo misionero” de aquellas mujeres contemplativas, sostenidas y animadas, en todo momento, por el aliento y el impulso de Margarita, entonces ya Comendadora del Monasterio.
A esta primera expedición les seguirían las de Saipán (Islas marianas), en 1927, Ponapé (Islas Carolinas), en 1927, y Tokio, en 1928. Así, en dos años, quedan abiertas las cuatro primeras misiones.
La misma Margarita dio dos veces la vuelta al mundo, acompañando a sus hermanas que iban a la misión y para visitarlas en sus comunidades y trabajos.
También se ocupó con gran dedicación a la formación de las religiosas del Monasterio para aquel nuevo servicio y testimonio misionero al que Dios les llamaba.
No fueron fáciles los nuevos caminos de la redención. Llegaron dificultades, sufrimientos, guerras, cárceles… Todo era asumido con naturalidad y fortaleza; sólo se trataba de compartir con Jesucristo su muerte para dar la VIDA. “Si el grano de trigo no muere queda infecundo”. Saben con gran consuelo interior, que están cumpliendo el 4º voto redentor “permanecer en la misión, si lo exige el bien de nuestros hermanos, aun cuando hubiere riesgo de perder la vida”
Y, al fin, el 23 de mayo de 1930, el Instituto de Mercedarias Misioneras de Bérriz, es aprobado y bendecido, por la Iglesia.
Para ello, Roma había pedido dos requisitos: cartas de recomendación de los Obispos donde las HH. están presentes y, sobre todo, una votación secreta por parte de las monjas. El resultado no pudo ser más feliz, unanimidad absoluta sin faltar un solo voto de los 94 posibles.
En la plenitud de sus cincuenta años, después de una dolorosa enfermedad, que no la apartó de sus responsabilidades al frente del nuevo Instituto, ni de su vida de amor y de entrega misionera, Dios la llama definitivamente a gozar de El; igual que lo estuvo durante toda su vida, en esa hora, se siente “enteramente en las manos de Dios”. Dejaba este mundo el 23 de julio de 1934 saboreando el “gozo nuevo de engendrar en los demás a Cristo”, el amor de su vida.
Sus últimas palabras para sus hermanas “Yo las ayudaré desde el cielo: sí”
Margarita, como los apóstoles en el Tabor, en la transfiguración del Señor, había acampado en la montaña de la contemplación del Misterio de Cristo Redentor; había gustado de la intimidad del Señor y había deseado que siempre fuera amado…
… pero supo bajar al llano de este mundo, donde se encuentra la ruta dolorosa, difícil, de la exclusión de tantas personas, donde están hoy los crucificados de la tierra, las nuevas esclavitudes, los que no le conocen aún, y…
… allí dejaba a un grupo numeroso de mujeres consagradas, entregadas a anunciar al Dios de la Vida, de la nueva vida en Cristo Resucitado, para dar la vida y cuidarla.
Hoy, el Instituto de Mercedarias Misioneras de Bérriz, extendido por los cinco continentes, y enriquecido por miembros de sus pueblos, sigue sus huellas.
Desde nuestras comunidades continuamos con entusiasmo y entrega colaborando en la liberación de las victimas de la exclusión, anunciando a Jesús y su Buena Noticia de salvación para todos
En el Hoy de nuestra humanidad, las Mercedarias Misioneras de Bérriz, deseamos mantener con fidelidad el talante contemplativo de la Madre Margarita,
… su espíritu misionero, profundamente humano y humanizador.
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