CENTRALIDAD EN CRISTO (Jesús, Jesucristo, N. Señor…)
- Me enardece el amor de Jesucristo Crucificado, y siento deseos de vivir enamorada de la Cruz. En mi pequeñez y pobreza, sigo sintiendo vergüenza de lo lejos que estoy de seguir las huellas de Jesús. En esta vida de fe, que quiero llevar, me queda tanto por aprender de abnegación generosa, de olvido propio, de entrega incondicional, que le he recordado a Jesús que él es mi Maestro. Le he pedido que me enseñe por medido de esa oración sencilla, a la que tanto me atrae. (Pág. 63)
- Cuando voy a la oración sólo sé amar y desear abajarme, hasta el fondo de mi nada, para que Jesús venga a mí. Le estoy pidiendo a Jesús que me enseñe a orar mejor y a que me guíe. Jesús es mi maestro bueno y paciente que no se cansa de enseñarme. Le he pedido a Jesús que me conduzca por sus caminos, ahora que empiezo a confiar plenamente en él. (Pág. 85)
- El pasaje del evangelio en que Jesús calma la tempestad me conmueve y me llena de fe y de amor. Nunca he comprendido con tanta claridad, como ahora, que el miedo es desconfianza de Dios. (Pág. 87)
- Tengo el alma blanda. Deseosa de un seguimiento de Cristo más verdadero, fundado en humildad y pobreza. Quiero crecer en desnudez con Cristo pobre. (Pág. 180)
- El amor de Dios se ha apoderado de mi corazón y conozco que quiere transformarlo por completo. Una corriente de vida nueva me invade. Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí. Él ocupa la memoria y me inflama la voluntad con sus deseos de Dios, que ya nunca dicen basta. Él me llama a mi interior y me previene desde el amanecer para que vaya a él. No acierto a explicarme tal derroche de gracias de Dios. ¿Qué es esto, Señor? ¿Y qué son estos deseos que me dais de seguir a Cristo y de practicar la renuncia y la humildad? (Pág. 84)
- Grandes deseos de amar a Jesucristo de una manera nueva, total. De amarle por todos los que no le aman, de pensar en él de continuo, de sacrificarme por amor, y de emplear mi vida entera en glorificarle, como Él glorificó al Padre. ¡Jesús bueno!, si quieres que cumpla mis deseos, dame un corazón nuevo, ardiente, que sepa amarte como tú mereces. Estoy persuadida de que Jesús quiere que en adelante viva sólo de amor que mi ocupación sea crecer en ese amor, hasta que pueda decir con San Juna de la Cruz: Mi alma se ha empleado/ y todo mi caudal en su servicio/ Ya no guardo ganado/ ni yo tengo otro oficio/ que ya sólo en amor es mi ejercicio. (Pág. 79)
- El Señor me está pidiendo, con insistencia, oración, penitencia y ejercicio continuo de amor solitario y fuerte. Me mueve a ello el amor a Jesucristo, la extensión del Reino y el deseo de que se renueve en la Orden el espíritu redentor. Por amor solitario entiendo una penitencia interior continua. Negación de gustos, vació de todo y, con ellos, fijeza de la mente en Dios. Llamo amor fuerte a ese hábito de fortaleza que pasa por todo y que rompe con todo, con tal de contentar a Dios, aún en las cosas más pequeñas. (Pág. 79)
- En la oración de la tarde me he detenido en lo que yo llamo “preferencias de Dios”. Él ama, prefiere y ensalza lo pobre, lo humilde, lo despreciable a los ojos del mundo. ¡Qué distintos los pensamientos de Dios a los nuestros! ¡Y qué lejos estoy de vivir según estas preferencias! (Pág. 79)
- … Una corriente de vida me invade. “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” … (Pág. 84)
- Ahora veo con claridad que Jesús quiere que estos deseos se conviertan en obras. Cuento con él, sólo con la confianza en él. Tengo fe ciega en la oración y espero que esta fe aumente hasta que sea entera y total. (Pág. 80)
- De estos Ejercicios he salido empapada de espíritu de Cristo. Pocas gracias tan extraordinarias se conceden en la vida. Han sido unos Ejercicios de seguimiento de Jesucristo Redentor. Me han quedado deseos de abrazarme por su amor a lo más penoso, sólo por imitarle, La inspiración más frecuente de estos días ha sido la de entregarme a una fe y confianza ciega en Dios, buscando su gloria y olvidándome de mí misma. (Pág. 182)
- Amo la vida para trabajar y padecer por Cristo y para amarle en medio de la lucha. Quiero convertir en amor vida entera. (Pág. 182)
- No tengo miedo al sufrimiento si Jesús está conmigo. Quiero aprovechar ocasiones de padecer para engendrar a Cristo en todos los que trato. Un don que Dios me da gratuitamente. Soy mucho más feliz de lo que creo merecer y espero serlo cada día más. (Pág. 183)
- Siento que necesito un torrente de gracias de Dios para seguir a Cristo, como ahora lo entiendo. Quiero empezar a seguirle sin condiciones. Me atrae su amor y el deseo de crecer en ese amor. Para lograrlo, y por extender su Reino, quiero darme a una vida dura que ya no cesará hasta mi muerte. Quiero ser de los que más se señalen en su servicio. (Pág. 184)
- El conocimiento de Cristo Redentor me absorbe y enternece. Quiero a Jesús cada vez más. Quiero quererle sin medida y vivir en acción de gracias continua. Quiero emplear mi vida entera en glorificar a Cristo Redentor de la Humanidad. (Pág. 228)
- Hemos empezado los temas sobre la Iglesia misionera. Como Cristo, el apóstol se debe a toda la humanidad y continúa en la historia la obra redentora. Nadie lo ha expresado nunca tan bien como Pablo: Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo y nos confió su palabra. (Pág. 238)
- Todo nos mueve a alegrarnos en Cristo Redentor. Esta alegría debe llevarnos a responder al reto del Apóstol Pablo cuando dice: si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba. Vivir la vida de Cristo no es imposible, ni siquiera difícil, para quien lo ha abandonado todo por él y por su Reino. Para ello, hay que dejar de lado las preocupaciones inútiles y, con suavidad y sosiego, tratar de adquirir esa libertad interior que se logra cuando se vive unida a Dios. ¡Qué cosas más pequeñas y triviales nos ocupan y envuelven con demasiada frecuencia! (Pág. 159)
- Hoy doy gracias a Dios porque ha colocado nuestra breve existencia en estos difíciles momentos que nos dan la oportunidad de seguir a Jesús más de cerca. (Pág. 222)
- Todos nos dices que vamos a pasar grandes trabajos y mucha pobreza, pero, si esto llegara a ocurrir, dispuestas estamos a aceptarlo con paz y serenidad por amor a Jesús. (Pág.224)
- Estamos convencidas de que el seguimiento de Cristo es por el camino de la cruz y no tenemos otro programa. Pedimos para ellas, para los misioneros, y para todos, espíritu de fortaleza. (Pág.97)
- Si de lo que se trata es de crear una luz nueva, potente, vivificadora, y si el que la lleva no es imagen de Cristo, ¿cómo creará ese nuevo ambiente de sentir en Cristo, de revestir de Cristo a la Humanidad sin Dios? Pero esto no se logra así como quisiera, ni basta una formación superficial para entender y compenetrarse de estos divinos misterios. (Pág. 229)
- Y la raíz de todas nuestras actividades esté en el convencimiento de que somos miembros vivos de la Iglesia con la misión de clarificar a CRISTO Jesús, estampando en cuantos pueblos y razas podamos la imagen de Cristo Redentor de la humanidad. (Pág. 229)
- Ahora todo lo que sea seguimiento de Cristo lo prefiero a los dones de oración. Quiero identificarme con Cristo y pensar de mí misma con entera verdad. Me mantengo en paz confiada y alegre, aunque a veces pienso que me falta generosidad. Quiero avanzar en vida de renuncia dando de lado a comodidades, al cuidado de mi salud y a mi deseo de ser querida, evitando dar a entender que sufro física y moralmente. Voy a procurar no quejarme de agobio de trabajo, ni de falta de tiempo, alegrándome de que a todas les parezca un simple deber mío recibirlas a cualquier hora y con tanta calma como si no tuviera otra cosa que hacer. Quiero darme sin medida. (Pág. 165)
- Cristo amó y glorificó a la Iglesia, y la Iglesia, a su vez, clarifica a Cristo descubriendo a todos los pueblos y a todas las razas la imagen de Cristo Redentor de la humanidad, oscurecida en la cruz. Ésta es nuestra misión: clarificar a Jesús, haciéndole conocer y amar. ¡Siempre con la mira en alto! Pudiera que a la larga se mezclaran otros fines: nombre, ganancias. Mi deseo es que Cristo Redentor sea el centro de nuestra vida y de nuestra oración. (Pág.238)
- Que Jesús sea nuestro estudio, nuestro camino, nuestra vida y nuestro amor. Cuando él quiera nos introducirá en los secretos del Padre, en los misterios de la divinidad. Nos importa mucho ahondar en su vida y en su muerte. En sus vivencias, actitudes y motivaciones: amor al Padre, amor a sus hermanos y entrega a su misión. Amor, bondad, entrega. Eso fue Jesús toda su vida. La vida de Jesús fue la del buen Pastor entregado por sus ovejas, dispuesto siempre a arriesgar su vida. Jesús jamás perdió de vista su misión de Redentor de la humanidad. (Pág. 239)
- Jesucristo. Encabezo estas páginas con una sola palabra: Y acabada esta palabra ya no sé qué decir, y es que quisiera que este Jesucristo sea para nosotras todas las palabras, encierre todos los sentidos, abarque todos los programas, sintetice todos los amores, alumbre todas nuestras rutas, guíe todos nuestros pasos, compendie todas las aspiraciones y sea el principio, el medio y el fin de nuestra vida entera. (Pág. 239)
- Lo que el Papa quiere para este año, yo lo quiero para toda nuestra vida. ¡Vivir amando, vivir agradecido, vivir cooperando a la Redención! Acoger sus dones para glorificar al Padre y clarificar a CRISTO, derramándolos sobre toda la humanidad. (Pág. 239)
- Siento deseos de ser como Jesús. De pasar por la vida con las disposiciones con que Él pasó: Amor hondo al Padre, con grandes deseos de su gloria. Su voluntad por encima de todo, como única norma de sus actos. Su voluntad, en lo grande y en lo pequeño, cumplida heroicamente hasta el fin. Entrega a los prójimos porque el Padre lo quiere. Darse redimiendo con su vida y con su muerte. Darse a todas horas, sin pensar en sí
- Con mansedumbre, con larga paciencia, sin amargura por no ser comprendido. Dejando al Espíritu contemplar su obra. Consigo mismo abandono e inmolación. Todo un programa al que quiero ajustar mi vida. (Pág. 221)
- De un tiempo a esta parte, todo parece que contribuye a esclarecer el Misterio de la Redención con todas sus derivaciones para mi espíritu y para la Iglesia. El conocimiento de Cristo Redentor me absorbe y llena de gozo. Un gozo nuevo, cumplido, profundo, que me da estabilidad y que me afirma en Dios Padre amorosísimo, que nos envía a su Hijo para redimirnos y para hacernos en él hijos suyos adoptivos. (Pág. 257)
- Contemplando a Jesucristo Redentor ha crecido mi amor a la Iglesia. ¡Cómo crece el concepto de la Iglesia cuando se la ve nacer, al expirar Jesús, recibiendo toda la plenitud de vida, la eficacia de méritos y la fecundidad del mismo Jesucristo! ¡Qué deseos de ser digno miembro del cuerpo de la Iglesia, de formar con ella el Cristo total y de asimilar a este cuerpo nuevos miembros que aún no le pertenecen! En este espíritu quiero ver formado a todo el Instituto. (Pág. 257)
- Este Instituto que acaba de nacer yo lo quiero grande, gigante en el espíritu, lleno de la vida de Cristo, y plenamente empapado de su carisma misionero mercedario. No quiero que llevemos el nombre y no seamos genuinas Misioneras Mercedarias. Quiero que conozcamos lo que este nombre significa, que nos enamoremos de nuestra vocación y que, clavados los ojos en el ideal sublime a que ella nos levanta, no paremos en nuestro empeño hasta haberlo realizado en plenitud. Cada una a la medida de los dones que el Señor quiera darnos. (Pág. 224)
- ¡Año Jubilar 1934, yo te saludo! Quisiera, día tras día, en nombre de todos los cristianos, glorificar a Jesucristo que nos ha redimido, que nos ha santificado, que ha querido enriquecernos con los más preciosos tesoros externos e internos en sus riquezas divinas.
Quisiera clarificar a Jesús y estampar en todos los pueblos y todas las razas, hasta en los últimos confines del mundo, la imagen de este Redentor divino, oscurecida en la Cruz.
Quisiera que todos los latidos de mi pobre corazón cantasen el himno perpetuo de acción de gracias más tierno y sentido a Jesucristo que, por elevarnos al Padre, bajo hasta nosotros.
Quisiera morir transformada y enclavada en la misma Cruz de nuestro Redentor sin otros sentimientos que los Suyos de glorificar al Padre conquistándole toda la Humanidad. (Pág. 263)
- ¡Año Jubilar de 1934, yo te saludo! Señor Jesús, ¿Habrá algún redimido que en esta conmemoración de tu muerte sacrosanta, no haya levantado su corazón y sus ojos a Ti, pendiente de la Cruz, para decirte un “gracias” filial y reconocido?
¿Habrá algún cristiano regenerado con tu sangre preciosa y elevado por ella a la dignidad de hijo de Dios, que no haya bendecido y besado tus llagas sangrientas fuentes de nuestra salud?...
¿Encontrarás entre esta familia por Ti conquistada, por Ti ennoblecida, uno que llamándose hijo de tu Esposa la Iglesia no haya pensado, siquiera una sola vez, en ampliar y extender el magnífico de esta misma Iglesia, embeleso de los eternos amores de tu alma?...
Pues bien, Jesús, yo quiero ofrecerte en este año mi corazón que ha de latir sólo por Ti entonando en secreto de su santuario el himno constante de gratitud a su redención.
Mi trabajo, que ha de tener por mira única cistianización perfecta de mi alma, de mi familia y, en cuanto pueda, de la sociedad.
Y mis penas, dificultades, reveses y dolores, para que, unidos cada mañana en el mismo cáliz donde se deposita tu sangre, de infinito precio, valgan para que la Humanidad entera venga presurosa a tu regazo. ¡Adveniat regnum tuum! (Pág. 263)
- Mi vivir es Cristo. Encontrarlo todo en Cristo. Engendrar a Cristo en todos los que trato. Cristificar sin descanso, sin desaliento. En cada uno, a medida de los dones de Dios, Veo que es mucho lo que puedo lograr si no escatimo el trabajo. A él quiero darme. Trabajo lleno, trabajo duro, como para redimir los días y los años vividos en el vacío. Siento hambre y sed de llenar mis breves días en esta gran obra. (Pág. 264)
- En este Año Santo a nosotras se nos pide plenitud de vida interior y olvido de todo lo que no es Cristo y su Redención. Yo espero y deseo que como Instituto entendamos muy hondamente que Cristo es fuente y manantial de vida divina, siempre abierto para nosotras, y con una confianza plena en la Redención todo lo esperamos de Cristo, nada temamos con Cristo, y sólo vivamos para continuar su misma vida. (Pág. 270)
- Cada día crecen mis deseos de seguir a Cristo y de asemejarme a él en pobreza, humildad y dolor. ¿A dónde iré si a Cristo, que es el verdadero camino, no sigo? (Pág. 25)
- El Señor me está pidiendo, con insistencia, oración, penitencia y ejercicio continuo de amor solitario y fuerte. Me mueve a ello, el amor a Jesucristo, la extensión del Reino y el deseo de que se renueve en la Orden el espíritu redentor. Por amor solitario entiendo una penitencia interior continua. Negación de gustos, vacío de todo y con ello, fijeza de la mente en Dios. Llamo amor fuerte a ese hábito de fortaleza que pasa por todo y rompe con todo, con tal de contentar a Dios, aún en las cosas más pequeñas. (Pág. 79)
El Señor me está pidiendo, con insistencia, oración, penitencia y ejercicio continuo de amor solitario y fuerte. Me mueve a ello, el amor a Jesucristo, la extensión del Reino y el deseo de que se renueve en la Orden el espíritu redentor. Por amor solitario entiendo una penitencia interior continua. Negación de gustos, vacío de todo y con ello, fijeza de la mente en Dios. Llamo amor fuerte a ese hábito de fortaleza que pasa por todo y rompe con todo, con tal de contentar a Dios, aún en las cosas más pequeñas. (Pág. 79)
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