TRABAJAR POR EL REINO (Reinado de Cristo, Reino de Dios, humanidad sin Dios, verdadero apóstol, Adveniat regnun tuum…)
13 de abril de 2018Temas
- Siento un deseo muy hondo de vivir interiormente con Jesús y María…Y me he propuesto avanzar en vida de renuncia para disponerme a trabajar por el Reino. (Pág. 27)
- Algunos días me detengo…Esta oración de intercesión, de pedir la extensión del Reino, de rogar por los misioneros, etc., me gusta, aunque no siempre estoy dispuesta para ella. (Pág. 38)
- Hoy han terminado los Ejercicios. El reino de Cristo ha sido para mí el todo de estos días de oración…Me he sentido llamada…A participar de la misión que el Padre ha encomendado a su Hijo: anunciar el Reino y salvar a mis hermanos. (Pág. 47)
- Y esto me anima a pedirle tantas cosas que algunos se reirían de mis pretensiones, pero yo entiendo que así es la vida de fe, y que todo ese alcance tenemos que dar a las palabras de Jesús cuando nos encarga orar por la extensión del Reino. (Pág. 68)
- Otras veces le diré a mi maestro que me hable del Padre, que me enamore de Él y que me dé su amor para seguir trabajando por el (Pág. 71)
- El Reino de Cristo y todo lo que tengo entre manos es materia de mi
Oración. (Pág. 77)
- Sólo mirando al deseo de trabajar y padecer por el Reino no me pareció un desatino hasta el proyecto de ir a misiones. (Pág. 84)
- Las Misioneras de Bérriz vamos a tener vasto campo donde trabajar por el Reino. (Pág. 86)
- Cumpliremos así nuestro sueño de trabajar, sin descanso, por el Reino de una manera más generosa que hasta aquí. (Pág. 91)
- Para mí lo que de verdad importa es querer trabajar y padecer por el Reino, y ese deseo todas lo tienen. (Pág. 92)
- Mi vida es el Trabajar y padecer por el Reino. Y mi oración continua también es por el Reino. (Pág. 93)
- Se las ve con unos arrestos y un espíritu envidiable, dispuestas a dar su vida por el (Pág. 96)
- Todas, niñas y monjas, oramos mucho para que esta revolución sirva para estabilizar el Reino de Dios en China. (Pág. 97)
- No soy tan generosa como ella, pero quiero seguir a Cristo muy de cerca y deseo padecer por su (Pág. 97)
- Estoy segura de que juntas vamos a trabajar mucho por el (Pág. 100)
- Tienen grandes deseos de trabajar y padecer por el (Pág. 103)
- El deseo de trabajar y padecer por el Reino les da fuerza para todo. (Pág. 106)
- Lo que buscan es trabajar y padecer por el Reino y, en unas islas tan apartadas, no les van a faltar pobreza, privaciones y sacrificio. (Pág. 107)
- Si no somos una en el espíritu no seremos signo del Reino ante el mundo. (Pág. 108)
- En esta difícil situación me consuela ver a las monjas con tantos arrestos para trabajar por el Reino y nada amilanadas por los comienzos tan duros que les ha tocado vivir. (Pág. 118)
- Sólo esta inmensidad de agua por la que navegó siglos atrás San Francisco Javier, el Apóstol de las Indias. Quién pudiera trabajar por el Reino con tanto ahínco como él. (Pág. 124)
- Mi vida es un vértigo, pero en todo busco el Reino de Dios. (Pág. 145)
- Pero, de hecho, me siento feliz de estar navegando por el río Azul y poder ofrecer a Dios este continuo ir y venir por la extensión de su Reino en China, en Japón, en Marianas y en Carolinas. (Pág. 151)
- El paso por estas grandes naciones, donde el Adveniat regnum tuum no se cae de los labios, me ha hecho mucho bien en mi vida de oración continua. (Pág. 153)
- Después de que hablamos ayer en Comunidad sobre el espíritu misionero, me parece importante remachar en la reunión de hoy algunos puntos básicos de nuestra formación apostólica. Las misiones son obra del Espíritu y por tanto de la oración. El Reinado de Cristo en el mundo es la única misión de la Iglesia. Comprenderlo así, y convencernos de que somos miembros vivos del cuerpo de la Iglesia, es una gracia de Dios muy especial. Es una llamada a la vida interior del todo llena y perfecta. Nuestro deseo del Reino debe llevarnos a orar continuamente por los misioneros y misioneras, y a pedir para ellos el mismo fuego que el Espíritu Santo encendió en los Apóstoles en los comienzos de la Iglesia. Junto con el espíritu de oración, nada me parece tan importante como el testimonio de vida de las misioneras. La alegría, la entrega, la fidelidad al Padre, la confianza. En misiones se necesitan monjas de mucha vida interior, de probada abnegación, equilibradas y con la mayor preparación posible. (Pág. 167).
- Esta tarde hemos estado en casa de una anciana consumida por los años y las dolencias que, al vernos, nos sonrío amablemente. Me ha impresionado por igual la extrema pobreza en que vive y la dulzura de su mirada. Las misioneras tienen, en estas islas, un campo amplísimo donde trabajar por el Reino muy escondidamente. (Páginas 141-142)
- Le he pedido a la Madre Nieves que me ayude, que rece por mí al Espíritu Santo porque necesito mucho de su luz y de su gracia. Sin ellas, me veo incapaz de todo. ¡Cuánto me va enseñando el Señor en este viaje! Me siento muy cerca de Él. Mi vida es de vértigo, pero en todo busco el Reino de Dios. Lo tengo por un don suyo muy grande. (Pág. 145)
- Deber suyo es también comunicar bondad, espíritu apostólico y deseos del (Pág. 207)
- Nuestro celo apostólico debe extenderse al mundo entero. Abarquemos con mirada universalista la mies, que ya blanquea, y pidamos al Padre de toda la familia humana que envíe obreros a su extenso campo. Y, puestas en una misión determinada, consagrémonos a ella con un celo vivísimo, conscientes de que sólo somos instrumentos en manos de Dios. Lejos de nuestras casas otras miras ni otras ambiciones. Aspiremos a esta maternidad espiritual, la más fecunda, la única que logra que se dilate la gran familia de la fraternidad y el amor. (Pág. 230)
- No podemos ser indiferentes ante el hecho de la Humanidad sin Dios. Desentendernos de esta obligación supondría injusticia y un enorme egoísmo de nuestra parte. Que los ricos se olviden de los pobres, que hartos y nadando en la abundancia, aparten su mirada de las míseras viviendas, donde tanta gente muere de hambre, nos parece más que injusto, monstruoso y levanta en nosotras una ola de indignación. Nosotros los católicos somos los ricos, los multimillonarios, en el orden espiritual. Si apreciamos el don de la fe, si la luz del Evangelio nos mueve al agradecimiento, no podemos olvidar a los que no vislumbran esa luz, no gozan de la esperanza cristiana y viven hambrientos de amor verdadero. Jesucristo vivió ese cuadro de la Humanidad apartada de Dios, y se metió en esa nube negra de tinieblas religiosas y morales para iluminarlas y transformarlas. Este destierro de Jesús Redentor es el motivo de nuestra vocación apostólica. Jesús se desterró voluntariamente, el misionero, fijos los ojos en Él, se destierra también con un destierro semejante al suyo, que se abajó para que nosotros gozáramos. Una mirada a Jesús el gran Misionero, que quiso vivir entre pecadores, ignorantes y pequeños, nos ayudará a asemejarnos a Él en algo. (Pág. 226)
- Un verdadero apóstol pondera todo lo de su misión, su trabajo no le parece grande, no lo comenta, ni exagera. Le parece natural la diferencia de mentalidad y a ella se acomoda. Ama a todos y estudia, aprecia y ama sus cualidades. Es muy notable esta característica en los misioneros y misioneras que lo son de corazón, tanto que me atrevería a decir que por ella se puede discernir una auténtica vocación. Hay otros a los que todo se les hace cuesta arriba. La gente les irrita y exaspera. No acaban de adaptarse al medio ambiente, al clima, a las costumbres, al cambio de su vida. Les falta comprensión, desprendimiento, adaptación. Es decir, conocimiento del problema misionero, y corazón maternal de esos que se entregan sin reservas a los más necesitados. Con estas actitudes acabarán por ser un estorbo en la Misión. Un verdadero apóstol refleja su alma bella, profundamente espiritual, esperanzada y alegre. Los otros son un lamento continuo, viven compadeciéndose a sí mismos y quisieran que la humanidad entera se hiciera cargo de su enorme sacrificio. Son héroes fracasados. Yo no sé a qué se resolvieron cuando abrazaron la vida misionera, que todo el mundo sabe es una segunda vocación con dobladas renuncias y sacrificios. (Pág.226)
- María quiere hacer de nosotras una comunidad muy apostólica y para ello cada una tenemos que creer que en nuestra fidelidad al Espíritu depende toda la eficacia de la vida misionera. Ojalá que el Señor sigua poniendo sus ojos en esta Comunidad para hacernos instrumentos de su Reino y de su gloria.
- Misioneras totalmente entregadas a su misión. Capaces de aceptar las incomodidades y sacrificios con naturalidad, sin pensar que son grandes. Sin envidiar ni menos preciar otras misiones, porque todas son parcelas de la única misión de Cristo. Misioneras que abarquen lo grande y lo pequeño, porque con la mira puesta en Cristo Redentor el sacrificio desaparece y se borra. Como Cristo dio su vida para redimirnos, el misionero debe dar la vida por sus hermanos. Quiero misioneras unidas por el amor, en armonía. Generosas en perdonar y en olvidar pequeñeces. Sinceras, leales, con grandeza de alma. Equilibradas, abiertas, con criterios amplios. Así es como entiendo la vida misionera. Vida de oración, de unión personal con Cristo, de entrega incondicional a los hermanos. Uniendo en lo posible vida activa y contemplativa. (Pág. 204)
- Hoy han terminado los Ejercicios. El reino de Cristo ha sido para mí el todo de estos días de oración. La base en que se asienta todo lo demás. Me he sentido llamada, con infinito amor, a un seguimiento de Cristo más verdadero. A participar de la misión que el Padre ha encomendado a su Hijo: anunciar el Reino y salvar a mis hermanos. El Padre me quiere totalmente entregada a los demás. (Pág. 47)
- El Señor me está pidiendo, con insistencia, oración, penitencia y ejercicio continuo de amor solitario y fuerte. Me mueve a ello, el amor a Jesucristo, la extensión del Reino y el deseo de que se renueve en la Orden el espíritu redentor. Por amor solitario entiendo una penitencia interior continua. Negación de gustos, vacío de todo y con ello, fijeza de la mente en Dios. Llamo amor fuerte a ese hábito de fortaleza que pasa por todo y rompe con todo, con tal de contentar a Dios, aún en las cosas más pequeñas. (Pág. 79)
- Tengo grandes deseos de buscar a sólo Dios y me deshace de amor que sea Él el que me busque y que me lo dé a conocer por tan delicados modos. Me ha comunicado la plenitud de su Espíritu y me sigue llamando suavemente a la fe y al amor. La conciencia de tantos dones de Dios me colma de gozo. Quiero ser un instrumento dócil en sus manos. El Reino de Cristo y todo lo que traigo entre manos es materia de mi oración. (Pág. 77)
- El Señor me está pidiendo, con insistencia, oración, penitencia y ejercicio continuo de amor solitario y fuerte. Me mueve a ello, el amor a Jesucristo, la extensión del Reino y el deseo de que se renueve en la Orden el espíritu redentor. Por amor solitario entiendo una penitencia interior continua. Negación de gustos, vacío de todo y con ello, fijeza de la mente en Dios. Llamo amor fuerte a ese hábito de fortaleza que pasa por todo y rompe con todo, con tal de contentar a Dios, aún en las cosas más pequeñas. (Pág. 79)